Librero a mano — Enero a junio 2018

Cinemateca Solaris
5 min readJun 23, 2018

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Respecto al año pasado el 2018 va pírrico con las lecturas. Sobre todo los meses entre enero a entrado abril, donde el fuerte iba con Máscara de Stanislav Lem y La posibilidad de una isla. A pesar de que en el papel la trama me enganchaba terminé abandonando el libro de Michel Houellebecq. Es la ciencia ficción que involuntariamente el francés termina escribiendo para detallar a un artista en horas bajas que logra la inmortalidad gracias a la ciencia. Con todas las reflexiones que caracterizan la escritura de Houellebecq. Aún así ir leyendo un libro pensando más en los pendientes no resultaba muy sano para avanzar la lectura. Lo abandoné entonces cuando iba rozando la mitad.

Para salir del estancamiento decidí releer un par de libros que de fijo me encarrilarían. La primera vez que topé con El Jaúl de Max Jiménez fue en el colegio, como parte de las lecturas obligatorias de Español en noveno año. No lo tenía muy claro entonces, pero había algo que me fascinaba de esa novela corta. Es ambientada en un ficticio pueblo de Coronado. No muy diferente a la ruralidad en la que vivo. Montaña propensa a las lluvias, al frío y las brumas que emergen de ellas. Personajes como Chungero, Torta o El Mosco me desengañaron de la imagen idealizada del campesino costarricense, detallado con colorido en diversas obras escritas y visuales. Max Jiménez los describe como seres grotescos o amorales en el mejor de los casos (Jeremar por ejemplo). Personas envidiosas y vengativas propensas a actuar con mala fe en su vida cotidiana. En otros casos se trata de seres complejos o trastornados como el palmitero.

A pesar que Max Jiménez odiara bastante al campesinado intuyo que le tenía algo de respeto. Uno en El Jaúl difícilmente encuentre retratos despectivos al nivel que las élites sociales y académicas se refieren hoy a las clases bajas. Quizá porque para sobrevivir en ese país de hace un siglo, más despoblado y al mismo tiempo más indómito, había que tener coraje y tenacidad para avanzar paso a paso entre barriales que llegaban a la rodilla. Además de soportar con estoicismo y dignidad el infierno social de los demás. Claro ejemplo es el pasaje del cura de San Luis de los Jaúles jineteando el caballo verde pintado por Chunguero y sus compinches.

Con el libro de Carlos Salazar Herrera me son familiares algunos de sus cuentos. Leídos de forma dispersa en antologías colegiales, almanaques de Escuela Para Todos o escuchados en radio. Hasta ahora me leo de forma íntegra Cuentos de Angustias y Paisajes. Un libro que no es tan descarnado y visceral como El Jaúl, aunque tampoco se empeña en maquillar la imagen del campesino costarricense. Hay mucha evocación, ironía, amargura y sobre todo dignidad. Imposible no conmoverse con relatos como “La calabaza” o “Colores”. Cuentos que viajan por toda la geografía nacional y época del año. Entre montañas o playas y aguaceros o sequías. De los cuentos breves que dicen mucho y de los cuales son imprescindibles clásicos de la literatura nacional.

Contrario a la altanería y la pose intelectual encasillada, desde hace un tiempo la literatura se nota más estrecha con el fútbol. En éstos días mundialistas es común a encontrar en la prensa internacional columnas deportivas escritas por autores con poca o mucha afición futbolística. Vísperas al mundial de Rusia leí de una sentada La Pasión de Adriana Sánchez. Una graduada de filología que se gana la vida como panadera en Barrio Escalante. Su pequeño libro de crónicas envuelve diversas etapas de la vida con recuerdos vinculados al fútbol con cierta perspectiva feministas. La obra resulta muy amena de leer, no guardándose en evocar momentos como los de Costa Rica durante Italia’90 o Brasil 2014; junto con otros más particulares. La Pasión resulta un libro sencillo y honesto. Muy asimilable comparado con la risible pomposidad con la que caen algunos escritores cuando abordan el deporte.

Le entré a las Cartas desde la Locura de Vincent Van Gogh luego de ver Lust for Life (1956), protagonizada por Kirk Douglas y Loving Vincent (2016), una película animada muy laureada en los últimos años. Ambas se en enfocan en la vida del pintor holandés, antes y después de su muerte. En el filme dirigido por Vincent Minelli se referencia bastante la correspondencia que Vincent se mandaba con su hermano Theo, un comerciante de arte quien fue sostén de la vida artística de Van Gogh. En las extensas cartas que escribía el pintor se abría por completo hacia su hermano, compartiéndole sus puntos de vista artísticos, su tormentosa relación con Paul Gaugin a quien apreciaba mucho a pesar de todo. Detalles completos de sus recaídas emocionales y las terapias por las que se sometía. La correspondencia abarcan los años entre 1888 y 1890, los últimos en la vida del pintor.

Supe de Ideología de los Vertebrados y de su autor Mauricio Ventanas por el programa de radio El placer del texto. Transmitido por Radio U y del cual se pueden escuchar sus episodios por Internet. Además de comentar del libro se aprovechan diversos segmentos para leer extractos de la obra. Fue cuando oí el pintoresco cuento de Porcicultura, sobre las vicisitudes de campesino de la zona norte que hace escala en San José para ir a la playa en compañía de su chancho. Así de estrambóticos en apariencia son los cuentos que Mauricio Ventanas recopila en su libro. También hay otros relatos, que sin ser extensos o emplear palabras complejas, resultan más ambiguos. Más de uno ocupamos darles segundas lecturas.

En versión digital leí La Librería de Penelope Fitzgerald. Motivado por ver más adelante la película adaptada y que fue premiada durante los recientes Goyas en las categorías principales. Es un libro corto de un poco más de 100 páginas que trata sobre Florence Green, una viuda joven la cual abre una librería en un pueblo inglés a mitad de siglo XX. Ese acto quijotesco tiene una irregular acogida en la comunidad. La librería incomodará a la gente influyente del lugar, pero no le faltarán simpatías y aliados. La lectura tiene un cierto aire agridulce, además de algunas referencias y guiños literarios. Me recordó un poco a las dos novelas de Espido Freire que leí el año pasado, Irlanda específicamente. Sin embargo, estoy más dispuesto a leer otro libro de Penelope Fitzgerald que otro de la autora española.

Otro libro leído cerca de la mitad de año fue Antología de Micro relatos: Premio Joven Creación 2012 de la Editorial Costa Rica. Más por el contenido lo conseguí por algo anecdótico. Se tratan de cuentos breves y primerizos de gente que más adelante se consolidarán tanto como autores de ficción o con profesiones a fines como el periodismo. Con algunos como el caso de Fernando Chaves Espinach o Sergio Arroyo, que aún sin tratarlos personalmente he tenido el descaro y la igualada de contactarlos para intercambiar breves opiniones dentro de ese infinito teletipo virtual llamado Twitter.

Como mencioné al inicio actualmente sigo leyendo Máscara, un libro de cuentos de Stanislaw Lem traducidos directamente del polaco. También hace poco comencé El Terror de Dan Simmons, ficción histórica ambientada en el siglo XIX sobre una fallida expedición británica por el océano Ártico. Esos y otros libros más los comentaré después.

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